miércoles, 21 de junio de 2017
URBANIDAD II. — DEBERES PARA CON LA PATRIA
II.
— DEBERES PARA CON LA PATRIA
I.
— Nuestra patria, generalmente hablando, es toda aquella extensión de
territorio gobernada por las mismas leyes que rigen en el lugar en que hemos
nacido, donde formamos con nuestros conciudadanos una gran sociedad de
intereses y sentimientos nacionales.
II.
— Cuanto hay de grande, cuánto hay de sublime, se encuentra compendiado en el
dulce nombre de PATRIA; y nada nos ofrece .el suelo en que vimos la primera
luz, que no esté para nosotros acompañado de patéticos recuerdos y de estímulos
a la virtud, al heroísmo y a la gloria.
III.
— Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados y todos los
demás signos y monumentos de la vida social, nos representan a nuestros
antepasados y sus esfuerzos generosos por el bienestar y la dicha de su
posteridad, la infancia de nuestros padres, los sucesos inocentes y sencillos
que forman la pequeña y siempre querida historia de nuestros primeros años, los
talentos de nuestras celebridades en las artes, los magnánimos sacrificados y
las proezas de nuestros grandes hombres, los placeres, en fin, y los
sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus hogares, sus riquezas y
el ejemplo de sus virtudes.
IV.
— Los templos, esos lugares santos y venerables, levantados por la piedad y el
desprendimiento de nuestros compatriotas, nos traen constantemente el recuerdo
de los primeros ruegos y alabanzas que dirigimos al Creador, cuando el celo de
nuestros padres nos condujo a ellos la vez primera; contemplando con una
emoción indefinible, que también ellos, desde niños, elevaron allí su alma a
Dios y le rindieron culto
V.
— Los encargados del poder público que son nuestros mismos conciudadanos, nos
protegen y amparan contra los ataques dirigidos a la libertad e independencia
de nuestro sueño, y velan constantemente por la conservación de nuestra vida,
de nuestras propiedades y de todos nuestros derechos.
VI.
— Nuestras familias, nuestros parientes, nuestros amigos, todas las personas
que nos vieron nacer, que desde nuestra infancia conocen y aprecian nuestras
cualidades, que nos aman y forman con nosotros una comunidad de afectos, goces,
penas y esperanzas, todo existe en nuestra patria, todo se encuentra en ella
reunido, y es en ella donde está vinculado nuestro porvenir y el de cuantos
objetos nos son caros en la vida.
VII.
— Después de estas consideraciones, fácil es comprender que a nuestra patria
todo lo debemos. En sus días serenos y bonancibles, en que nos brinda sólo
placeres y contento, le manifestaremos nuestro amor guardando fielmente sus leyes,
obedeciendo a sus magistrados, prestándonos a servirla cada vez que necesite de
nosotros: contribuyendo con una parte de nuestros bienes al sostenimiento de
los empleados que son necesarios para dirigir la sociedad con orden y en
provecho de todos, de los ministros del culto, de los hospitales y demás
establecimientos de beneficencia, donde se asilan a los desvalidos y
desgraciados; y en general, contribuyendo a todos aquellos objetos que
requieren la cooperación de todos los ciudadanos.
VIII.
— Pero en los momentos de conflicto,
cuando la seguridad pública está amenazada, cuando peligra la libertad o la
independencia nacional, cuando la patria nos llama en su auxilio, nuestros
deberes se aumentan con otros de un orden muy superior. Entonces la patria
cuenta con todos sus hijos sin limitación y sin reserva; entonces los gratos
recuerdos adheridos a nuestro suelo, los sepulcros venerandos de nuestros
antepasados, los monumentos de sus virtudes, de su grandeza y de su gloria,
nuestras esperanzas, nuestras familias indefensas, los ancianos, que fijan en
nosotros su mirada impotente y congojosa y nos contemplan como sus salvadores,
todo viene entonces a encender en nuestros pechos el fuego sagrado del
heroísmo, y a inspirarnos aquella abnegación sublime que conduce al hombre a
los peligros y a la inmortalidad. Nuestro reposo, nuestra fortuna, cuanto
poseemos, nuestra vida misma pertenecen a la patria en sus angustias, pues nada
nos es lícito reservarnos en el común conflicto.
IX.
— Muertos nosotros en defensa de la
sociedad en que hemos nacido, ahí quedan nuestras familias y tantos inocentes a
quienes habremos salvado, en cuyos pechos, inflamados de gratitud, dejaremos un
recuerdo imperecedero que se irá transmitiendo de generación en generación: ahí
queda la historia de nuestro país, que inscribirá nuestros nombres en el
catálogo de sus libertadores; ahí queda a nuestros conciudadanos un noble
ejemplo que imitar, y que aumentará los recuerdos que hacen tan querido el
suelo natal. Y respecto de nosotros, recibiremos sin duda en el Cielo el premio
de nuestro sacrificio; porque nada puede ser más recomendable ante los ojos del
Dios justiciero, que ese sentimiento en extremo generoso y magnánimo, que nos
hace preferir la salvación de la patria a nuestra propia existencia.
COMPENDIO
DEL MANUAL DE URBANIDAD Y BUENAS MANERAS
DE
MANUEL ANTONIO CARREÑO
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